Mientras los cines convencionales luchan por sobrevivir, un microcine londinense ofrece esperanza a través de una programación extraña y formatos analógicos.
En una discreta calle del centro de Londres, un edificio pintado de rojo llama la atención de los transeúntes: su fachada luce un primer plano de 'El hombre con rayos X en los ojos' ('X: The Man with the X-ray Eyes'). En el interior, estoy viendo 'La lavadora asesina', ('Vortice mortale'), de Ruggero Deodato, una película italiana de misterio y asesinato que incluye juegos mentales psicosexuales, sexo en el frigorífico y electrodomésticos que sangran.
Es el tipo de sueño febril fílmico que sólo The Nickel se atrevería a proyectar, un nuevo microcine londinense fundado por el cineasta y programador Dominic Hicks. Imbuido del espíritu frenético y el encanto sórdido de los cines 'grindhouse' retro estadounidenses, es un santuario de las joyas desquiciadas del cine de explotación: películas de serie B descarnadas y que traspasan los límites. O como dice Hicks: "Un lugar seguro para bichos raros y marginados".
Las proyecciones inaugurales de junio incluyen desde el terror mudo de Todd Browning, 'Garras humanas' ('The Unknown'), hasta el thriller erótico de Roman Polanski 'Luna de hiel' ('Bitter Moon') pasando por el 'giallo 'de David Winters ambientado en Cannes 'Fanático' ('The Last Horror Film'). La programación adopta un enfoque de "todo vale", inspirado en las vanguardistas propuestas del infame cine londinense Scala. "Me gustan las películas en las que la belleza viene dada por la forma en que el público las recibe y nutre en su imaginación colectiva", explica Hicks a 'Euronews Culture'. "Ya sean los efectos prácticos, la banda sonora o la mala actuación que encuentran dignos de mención - a la larga, pertenecen realmente al público".
Puede que The Nickel sea pequeño, pero en una era de desconexión digital y hastío algorítmico, forma parte de un movimiento creciente en toda Europa: cineclubes de cine DIY y salas hiperlocales que se oponen a la monocultura de los servicios de 'streaming' y los multicines. Desde el Paraphysis Cinema de Liverpool, que incluye a personas trans, hasta el Tonnerre de París, de temática feminista, estos pop-ups de repertorio representan el deseo de los cinéfilos de descubrir rarezas subversivas como se pretende: con público. "Estos espacios comunitarios son una oportunidad de volver a reunir a la gente para conversar sobre cine", afirma Hicks. "No es necesario que todos piensen lo mismo, pero la idea de enfrentarse a un reto, o de soltar una carcajada juntos sobre alguna pequeña y extraña joya olvidada, siempre va a ser entretenida".
Esta idea de afrontar juntos la incomodidad es clave. Namwali Serpell, que escribe en el 'New Yorker', lamentaba recientemente el auge de la "nueva literalidad", una tendencia cinematográfica en la que películas como 'La sustancia' ('The Substance') y 'Anora' explicitan con mano dura sus significados y su política. El cine de explotación, con toda su ambigüedad moral y su absurdo tonal, ofrece una antítesis emocionante. "En realidad, prefiero, sobre todo si nos fijamos en las películas de los años 70, lo turbias que eran; no está muy claro si los cineastas tenían la moral correcta", explica Hicks. "Para mí, eso no significa que promuevan una moral deficiente. Creo que el público es lo suficientemente inteligente como para cuestionar lo que ve".
Antes de recaudar casi 14.000 libras (16.640 euros) para su espacio permanente, Hicks dirigió The Nickel como programa de eventos para su pub local y el Museo del Cine. Gran parte de lo que compartía era en raras copias de 16 mm, aprovechando el ambiente sensorial de los formatos físicos. Al igual que el renacimiento del vinilo, el crujido y el clic de las bobinas de película se han convertido en una forma de conectar con el arte de forma más tangible. "No es posible acercarse a la experiencia estética de ver una copia original de una película proyectada en público cuando se transmite digitalmente", afirma Hicks, y cita un momento mágico en el Museo del Cine, cuando el proyector se atascó y quemó una copia: "Todo el mundo estaba encantado. Fue como si hubiéramos visto una estrella fugaz".
Aunque en el momento de mi visita The Nickel aún estaba en obras, el ambiente ya era especial. Las estanterías de la entrada están repletas de oscuros soportes físicos, cuyas escabrosas portadas piden ser acariciadas. Mientras tanto, el bar del sótano, en penumbra, se convertirá en un centro común para talleres de cine. "En última instancia, el plan sería que todo el mundo creara proyectos juntos y luego los proyectáramos aquí", dice Hicks, entusiasmado ante la perspectiva de trabajar "en cosas raras" con otros.
En un momento en que las salas de cine se enfrentan a un futuro precario, la visión de The Nickel es ambiciosa y reconfortantemente optimista. Según la Independent Cinema Office (ICO), casi un tercio de los cines independientes de Reino Unido están amenazados, y algunas instituciones londinenses, como el Prince Charles Cinema han lanzado peticiones contra su remodelación. Pero Hicks no cree que el cine vaya a morir, sólo lo harán sus antiguos modelos comerciales.
"Creo que estamos asistiendo a una vuelta al cine de barrio, más pequeño e independiente, porque los multicines no dan a la gente una razón suficientemente convincente para abandonar sus sofás", explica. "Pero tengo fe en que la gente no renunciará a algo tan esencial como la experiencia de ir al cine. Espero que no. Y si lo hacen, para mí será una colina en la que valdrá la pena morir".
Al final de los créditos de 'La lavadora asesina', la sala vibra con la excitable energía de un pequeño secreto compartido (y sórdido). Lejos de la anodina emisión en 'streaming', hay una rebeldía silenciosa en el abrazo de The Nickel al desorden, la locura y los inadaptados, un recordatorio de que las salas oscuras del cine son a menudo donde nos sentimos más plenamente vistos.
The Nickel abre sus puertas en Londres el 11 de junio.