Un relato de cómo se vivieron en las calles de Madrid las horas siguientes al peor apagón en la historia reciente de España.
La sensación es conocida para muchos en Madrid. Pierdes el metro en las narices y te invade la frustración de quien pierde un vuelo, a pesar de que el siguiente venga en apenas cuatro minutos. Solo que cuando el letrero luminoso daba apenas dos minutos más de espera, se produjo el fundido a negro.
De repente, el andén se quedó a oscuras. Pasados unos pocos minutos, ni rastro del tren ni luz al final del túnel. Cuando pareció evidente que no era algo tan pasajero como imaginaba, subí a la superficie y empecé a escuchar el murmullo de otros s que conversaban con personal del metro. No era algo localizado; había un corte fuera, o al menos en los alrededores más cercanos.
Eran poco más de las 12:30 del mediodía de este lunes de cero absoluto y, con las prisas de buscar alternativa para llegar puntual al comienzo de mi turno de trabajo, pedí un VTC gracias a las últimas migajas de cobertura que pude conseguir durante el día, sin imaginar aún el alcance de lo sucedido. A la conductora le debió de pasar por lo mismo, porque al recogerme me dijo, sorprendida, que había tenido que pasar un par de cruces sin semáforo.
Seguimos avanzando y, lo que en nuestra cabeza comenzó como un corte muy localizado, pronto se constató como algo mucho más serio y masivo. Una ciudad sin semáforos, sin suministro eléctrico, ni teléfonos u otras comunicaciones, y en la que conductores, pasajeros y viandantes iban tomando conciencia de lo sucedido a medida que se topaban con el entorno más inmediato, pero sin conexión con el mundo.
La gente salía de cafeterías y oficinas y llenaba las aceras, mientras en las calles y grandes avenidas de Madrid los coches, en circunstancias normales de un ímpetu más acelerado, parecían guardar la compostura guiados por la cautela y el civismo, mientras poco a poco se iban incorporando a algunas intersecciones complicadas agentes de regulación del tráfico.
Al cabo de un rato, tanto transeúntes como los más madrugadores que ya habían terminado su jornada laboral, y otros que tuvieron que precipitar el fin de sus tareas, compartían una preocupación. "A ver cómo llegamos a casa", decían unas trabajadoras que salían de los juzgados de Plaza de Castilla. "No tenemos señal, no sabemos qué está pasando", señalaban desconcertadas.
No eran las únicas. Los ríos de gente que poblaban el Paseo de la Castellana, cerca del Santiago Bernabéu, avanzan avenida abajo con una mezcla casi contradictoria de determinación y desconcierto. "Nunca había visto tanta gente andando por la calle", decía un hombre, que no debía de estar comparando la situación con eventos menos improvisados como manifestaciones o celebraciones.
Complicaciones en los transportes
Clara se vio sorprendida por el apagón en pleno vagón del metro, a punto de parar en la estación más próxima. Pero no esperó al protocolo en estos casos, que implica aguardar a ser guiado por personal de seguridad hacia las salidas de emergencia ubicadas en los túneles. Con el andén prácticamente al alcance y movida por el miedo a que se tratara de un atentado o un incidente peligroso, Clara, que se desplazaba para acudir a una reunión de trabajo, decidió forzar la apertura mecánica de la puerta desde dentro y salió rápidamente acompañada de algunos viajeros, según explicó a 'Euronews'.
Bien entrada la hora de comer, por la calle aún se veían muchos VTC y taxistas circulando, con colas en las paradas de autobús. En muchos buses apenas cabía un alfiler y otros directamente habían colgado un letrero de "no ite viajeros". Nuria, Olga y Rosa son tres trabajadoras del sector de la limpieza que habían decidido (al menos inicialmente) no encomendarse al transporte público y caminaban decididas a llegar hasta Móstoles, en la periferia sur de Madrid. Habían iniciado su ruta en la zona norte de la ciudad (un trayecto de unos 30 kilómetros).
En las zonas que transitamos del centro de la capital española no se hablaba de otra cosa durante el día, pero no se respiraba una sensación de miedo, sino más bien una mezcla de estupefacción, vulnerabilidad y, salvando algunos bocinazos y otras tensiones al volante, a pie de calle se palpaba la expectación, como la de quien ve alterada su rutina por algo que, a simple vista, no parecía una amenaza directa a la vida, pero sí abría una puerta a la intriga que se vivía de manera colectiva.
El Gobierno investiga las causas
Entre las dificultades para acceder a información oficial por la falta de señal y electricidad, las especulaciones acaparaban las conversaciones de los ciudadanos en distintos tonos. Algunos eran muy serios, aunque también había quien bromeaba con el "apocalipsis", y un joven estadounidense describía a otro, despreocupado, una sensación "cercana al fin del mundo". Pero la palabra más en boca de la gente en la calle, mientras se iba corriendo el rumor de la magnitud del apagón, era la de "hackeo" o "ciberataque".
El presidente del Gobierno español, Pedro Sánchez, advirtió, sin embargo, que "todavía se están estudiando las causas" y "es mejor no especular". El jefe del Ejecutivo ha anunciado la creación de una comisión de investigación y un "análisis independiente" para esclarecer los motivos del apagón, mientras Red Eléctrica descarta que se debiera a un ataque externo.
La radio, a prueba de apagones
En un establecimiento de comida rápida, que permanecía abierto con limitaciones en su oferta mientras otros cerraban, la mayor preocupación era la conservación de los alimentos y del ingente pedido que acababa de entrar esa misma mañana.
Al cabo de un rato, en una calle del barrio de Ibiza, unas 15 personas se arremolinaban en torno a un coche aparcado con la radio a todo volumen. Un medio inmune al apagón total -que también ha sido en gran medida informativo-, en el que los ciudadanos han podido seguir noticias en directo ante el colapso de las comunicaciones. No todos tenían a un vehículo ni la suficiente fe analógica para conservar un transistor, pero el boca a boca también se ha demostrado poderoso y, aun a riesgo de malentendidos, conectaba a la gente por la calle. Aun así, la información era escasa y reinaba la confusión.
A pocos metros, en la puerta de un supermercado local, la gente hacía fila para entrar, porque solo se podía comprar por turnos espaciados. Cerca de ahí, en el parque del Retiro, eran también muchos los que gestionaban la inesperada desconexión digital pasando un primer tramo de la tarde distendido sobre el césped, en un día soleado en que nos quedamos a oscuras.
Ya hacia las 18:00, en la zona de isión de Urgencias del Hospital Gregorio Marañón, que se mantuvo funcionando con generador, el ambiente parecía tranquilo, aunque nuestra visita coincidió con el momento en que una mujer pedía ser atendida por lesiones leves, después de que el taxi en el que viajaba frenara bruscamente.
En la Puerta de Alcalá por la tarde ya no se veía el tráfico denso registrado poco antes en otras intersecciones críticas como la de José Abascal con Castellana. Y ahí estaba ella, viendo pasar el tiempo, mientras el día daba paso a la noche y el suministro iba reanudándose poco a poco tras el mayor apagón de la historia reciente de España.